José María Casielles Aguadé, es un Geólogo, químico y político asturiano, nos cuenta en una de sus exposiciones dirigidas a sus compañeros de la Facultad de Química sobre los pormenores actuales de la química y su gran influencia en la vida cotidiana:
Dice el gran maestro de la lengua española Lázaro Carreter, con su escueto y siempre atinado acierto y precisión, que «la química estudia la composición de las substancias, los cambios que éstas sufren, y la síntesis de productos naturales y artificiales a partir de otros ya conocidos». Por poco que reflexionemos, es claro que la química ha aportado a la Humanidad la conservación de alimentos, la elaboración de tejidos, la preparación de medicamentos -incluida la concentración, valoración y síntesis de principios activos-, la fabricación de cementos, morteros y adhesivos, el descubrimiento de los plásticos y sus aplicaciones, el conocimiento de los procesos fisiológicos y bioquímicos que han impulsado el desarrollo de la medicina, y un incontable número de nuevos materiales.
Pero, ¿qué fue de la química en este último medio siglo?
Retrógrados y pesimistas identifican la química con las humeantes chimeneas de las térmicas, cuando no con el aparatoso e inocente vapor de agua de los evaporadores; con las contaminaciones producidas por abonos e insecticidas (sin evaluar sus efectos positivos), con la excepcional catástrofe de Bhopal (India) y con los gases de combate, de difícil empleo táctico; pero ya hemos dado sobradas referencias de la otra cara de la moneda, y de cómo la química contribuyó y contribuye diariamente al bienestar de la Humanidad.
Olivier Homolle, presidente de BASF, dice que el porvenir de la industria química pasa por el desarrollo «durable». Personalmente, no me gusta la acepción «durable», como tampoco la ahora manida de «sostenible», pues ambas son más o menos sinónimas de «permanentes» o «resistentes», con un contenido semántico demasiado estático; demasiado pobre para describir a una ciencia que avanza y evoluciona rapidísimamente. Pero el doctor Homolle le da al término otro matiz, y aclara que la química moderna no es inmovilista, ni una fuente de problemas, sino de soluciones; más respetuosa con el ambiente, más cuidadosa con la prevención de accidentes, menos dispendiosa con el gasto energético, más selectiva con la búsqueda de procesos eficientes, más exigente en la calidad de las soluciones.
La nueva química es también más ecológica, poluciona menos, es menos peligrosa; utiliza menos y mejores disolventes, más catalizadores y menores temperaturas y presiones; también es más cuidadosa con los subproductos originados en los procesos. Es claro que en este proceder ha influido mucho el conocimiento detallado de los complejos mecanismos comunes a la química orgánica y a la bioquímica, que siempre hemos considerado más finos y delicados.
Justamente esta apreciación ha dado lugar al nombre de la actual química fina, en la que los más enérgicos factores termodinámicos -temperatura, presión y concentración- dejan lugar a los procesos catalíticos, con pasos numerosos más complejos y elaborados. Hay que dominar las sutilezas de la hidrofilia y la lipofilia, los fluidos supercríticos y los disolventes iónicos, sin descartar las reacciones en estado sólido por migraciones iónicas entre las redes cristalinas, como las que se generan en las rocas metamórficas, o las que explican, desde hace ya muchos años, el funcionamiento de los cambiadores iónicos que se emplean para corregir la dureza de las aguas calcáreas.
Nuevos horizontes se abren al poner los microorganismos a trabajar masivamente al servicio de la química. Tampoco son esencialmente métodos muy novedosos, como ya sabíamos por las rizobacterias de las leguminosas (hoy las llaman genéricamente biotecnologías verdes); o la archiconocida actuación de la flora intestinal que facilita la digestión (biotecnologías rojas); pero si resulta interesante la explosiva extensión de estas biotecnologías a muchos procesos industriales aplicados a la fabricación de medicamentos, plásticos y a la producción de energías alternativas.
El panorama de la química fina moderna se extiende con la incorporación de la nanotecnología, con procesos entre nanopartículas de menos de diez nanómetros (millonésimas de milímetro), con enorme aprovechamiento de la energía superficial. Otros pasos impresionantes se han producido con el mejor conocimiento de las redes cristalinas, las estructuras estereoquímicas (espaciales) de las macromoléculas y de la ubicación precisa de sus radicales activos, a los que apuntaba Paul Erlich -padre de la quimioterapia- cuando nosotros iniciábamos nuestros estudios de carrera, y que hoy han llevado ya al diseño por ordenador de catalizadores biológicos y de aminoácidos antimetastásicos.
Los viejos principios de la química siguen inmutables. Los procesos y los métodos han evolucionado prodigiosamente impulsando el bienestar y el desarrollo de la Humanidad. Las promociones que nos siguen nos superarán con su más avanzada tecnología y su renovado entusiasmo.
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